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La santidad

eo en El Remordimiento de Fernando González: "Cada instante podría ser bello, santo, heroico; tanto como quisiéramos, pues somos nosotros los que ponemos el significado en ellos". Y me digo: la santidad la pone el hombre, o mejor, la pone Dios en el hombre con la aquiescencia de éste. Por hacerlo libre, Dios no hace nada en él sin su consentimiento.

La santidad no es una cosa que Dios da. Es Dios mismo dándose. Dios y santidad son la misma cosa. El hombre es santo en la medida en que deja acontecer a Dios en él. ¿Cómo? Haciendo el bien y evitando el mal. El amor es el fundamento y la síntesis de la bondad. Amor, bondad y santidad son la misma cosa: Dios sucediendo en el hombre. Atinada S. Teresita: "Quiero ser santa, pero siento mi impotencia y por eso te pido, Dios mío, que seas tú mismo mi santidad".

Santidad no es titanismo espiritual. (En la mitología griega, titán es el gigante que con su fuerza excepcional asalta el cielo.) Y no es, por tanto, fruto de las buenas obras. Ellas manifiestan más bien la santidad, que es la presencia divina en quien las hace. Santo es quien vive en reciprocidad de amor con el ser divino: Dios en él, él en Dios. Pablo acuñó esta frase, síntesis de perfección, mística, santidad: "Y vivo, mas ya no yo; es Cristo quien vive en mí" (Gál 2, 20). Todo es lo mismo. "Jesús me enseña a hacerlo todo por amor. Todo se hace en la paz y en el abandono. Y entonces, todo lo hace El y yo no hago nada" (S. Teresita).

El ser humano está para llenar de Dios cada instante de su vida. Es lo que le da significado a él, a cada cosa. Dios no es una cosa al lado de otras; no es uno en la lista de lo que poseemos. Dios no es definición, dogma, institución, ley, norma. Dios es la razón de ser de todo, su identidad; lo que hace que cada cosa sea lo que es; su más íntimo yo, su más profunda intimidad; presencia desbordante en la totalidad de su ser.

En su Carta Novo millennio ineunte, Juan Pablo II pone la santidad como prioridad o urgencia pastoral (n.30). Afirma que la santidad es la vida de los bautizados que forman el pueblo "congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". El bautizado tiene la tarea de ser santo, de dejar acontecer a Dios uno y trino en su vida. La santidad no es adorno o apéndice de privilegiados. Es la vocación de todo ser humano, hasta el punto de poder hablar de una "programación pastoral para la santidad... llena de consecuencias".

Si bautismo es inmersión en el ser divino que mora en el interior del hombre, bautismo y santidad son la misma cosa. Somos santos, agraciados, orantes, bautizados, místicos, amados en la medida en que dejamos suceder a Dios en la vida por vivirla con amor. Conjunto de palabras que, bien vistas, significan lo mismo. "Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno".

El Papa habla de "una pedagogía de la santidad... capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona" y de cada comunidad. La pedagogía enseña, educa. Quien enseña indica, muestra, deja aparecer, deja ver; y quien educa saca a la superficie lo que está en la raíz, en la profundidad. Admirable tarea la de enseñar la santidad, la de educar en ella. Se expresa en gestos simples como acoger, compartir, ser paciente, perdonar, hacer grata la vida cotidiana, lejos de todo resentimiento. Quien vive así sabe elegir, es decir, llenar la vida de elegancia. Y cumple el mandato divino: "Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48).

Quien camina por la vida, dejándose iluminar y fortalecer de Dios, aun sin darse cuenta es discípulo aprovechado en la escuela de la santidad. "Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos...con las formas más recientes ofrecidas... en los movimientos reconocidos por la Iglesia". Nada tan antiguo y tan nuevo como la santidad.

P. Hernando Uribe Carvajal, ocd


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