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No hay sitio para dos

os Sufíes eran sabios musulmanes que se consagraban de modo especial a la búsqueda de Dios, más allá de la letra y de las instituciones religiosas. Sufí, del árabe, significa "de lana", y por extensión, "vestido de lana". En los comienzos del Islam, en 767, se aplicó este nombre a un pequeño grupo de hombres religiosos que se proponían llevar las exigencias de la profesión de fe musulmana hasta las últimas consecuencias mediante el Gran Esfuerzo Interior y se vestían de lana burda a imitación de los monjes cristianos. Aparecieron como protesta contra la decadencia del espíritu islámico.

Su vibración interior los hizo dueños de una arrobadora literatura espiritual. Así lo atestiguan historias como la que sigue, contada libremente. El amante toca a la puerta de la amada. Desde dentro una voz pregunta: '¿Quién eres?'. -'Soy yo', es la respuesta. La amada dice entonces: -'En la casa del amor no hay sitio para dos'. El amante, confundido, medita largamente en el desierto. Por fin se atreve a tocar de nuevo. '-¿Quién eres?', dice la voz del interior. El amante responde tembloroso: 'Soy... tú misma'. De inmediato se abre la puerta de la casa del amor.

Existe el yo, existe el tú. Cada uno se queda en el yo. El individualismo lo invade todo. Conjugar el verbo es asunto de gramática. Más aún, asunto de vida, de personas, de comunidades. Yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos. El yo y el tú no se bastan mientras no forman el nosotros. Nosotros indica unidad, comunidad, comunión, lo que construye el amor. El yo y el tú, sin dejar de serlo, están hechos para volverse nosotros; más aún, sólo llegan a ser yo y tú en plenitud cuando se vuelven nosotros. El yo sin el tú está incompleto; el tú sin el yo, lo mismo. En el nosotros están el yo y el tú. El nosotros encierra la compleja unidad del yo y el tú. La complejidad del nosotros no anula, mas bien lleva a perfección la unidad del yo y del tú, posible por amor. Eso quiere decir: "Soy tú misma".

El amor hace del yo y del tú la perfección del nosotros. Es ésta la comunidad, el fruto del amor. El amor saca al yo y al tú de su aislamiento y los pone en comunicación, en comunión con el otro, con los otros. Quien por amor sale de sí mismo construye comunidad con los otros, se desvive por ellos; sale al paso de sus necesidades sirviéndoles, yendo en procura de su bienestar radical con el gozo de quien sabe, aprendido del evangelio, que perder es ganar.

Conservo del Quijote vagos recuerdos como éste: "Dichosa edad y tiempos dichosos, a quienes los antiguos pusieron el nombre de dorados, y no porque en ellos abundase el oro que tanto se aprecia en nuestra época, sino porque en ellos se ignoraban los nombres de tuyo y mío". Tuyo y mío perviven fecunda y gozosamente en lo nuestro. Gran sabiduría la de saber conjugar el verbo de tal forma que el yo y el tú tengan armonía en el nosotros. Nosotros vivimos, amamos, trabajamos, nos divertimos, descansamos, morimos, resucitamos. ¡Magia del yo y el tú el nosotros!

La fuerza del nosotros hace al hombre vecino de la Divinidad. Por todas partes resuena el eco: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23). Casa, mansión, habitación, morada de Dios en el hombre, del hombre en Dios. A no dudarlo, el hogar del yo y el tú es el nosotros, expresión perfecta del amor.

Quien dice: "Soy tú misma", entra a vivir en la casa del nosotros. La palabra nosotros más parece un talismán mágico que abre la puerta del horizonte infinito de Dios, donde cada cosa tiene su estatura perfecta: ser igual a sí misma, colmada de felicidad. Nada extraño que Dios sea Trinidad, es decir comunidad, el lugar donde mora el amor, que es la casa misma y el morador que la habita. En Dios todo es uno. Por amor, el yo y el tú se vuelven nosotros, comunidad. Lo que necesitamos los colombianos para ser nosotros mismos, felices por ser comunidad de amor.

P. Hernando Uribe Carvajal, ocd


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