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El misterio de la Ascensión

olombia es un país de montañas. Cordillera oriental, cordillera central, cordillera occidental. Cadena de montañas en todas las direcciones, con picos nevados cuya blancura señala las rutas del infinito. El colombiano nace con vocación de subir. Es el desafío que le corresponde. Sube el que va de un lugar a otro, más alto. Subir, ir hacia arriba, a lo alto, a lo más alto. Hasta la lengua es pródiga. Habla de altura, alteza, altitud. Palabras hermosas, en verdad. Subir, acontecimiento admirable desde todo punto de vista. El colombiano, por el hecho de ser invitado a subir una y otra vez, lleva en el corazón, en la mirada y en los pies el instinto de las cumbres. Altura, alteza, altitud. De ideales, pensamientos y emociones. Su vacación es el cielo. Llamada que le llega por los caminos del horizonte infinito.

Es embriagador subir a la montaña. Allá la vista se adueña del universo y la tierra se junta con el cielo. Quien sube experimenta el vértigo de la majestad de las cumbres y se hace dueño de sí mismo, vértice de todas las alturas. La vida es montaña y subir, tarea sin término. Embrujo de las montañas, lugar donde Dios se comunica con el hombre, experiencia indecible de Moisés y Elías (Ex 34, 6s.; 1 Re 19, 9s.) que los cambia en celestiales de terrestres, ensayo continuado de Transfiguración (Mc 9, 2-13). Quien se transfigura cambia de forma, de figura, se vuelve otro siendo el mismo. Alquimista de un orden superior, se metamorfosea, se mete en el interior de Dios. Sin dejar de ser humano, se vuelve divino.

La Ascensión es misterio, secreto divino. Misterio no es propiamente lo que repele a la razón. Es lo que tiene profundidad. Hacia abajo y hacia arriba. Cuanto más se aventura el caminante, tanto más se adentra en la espesura "de deleite inestimable que excede todo sentido" (S.J. de la Cruz, Cántico Esp. 36,11). Un poeta singular escribía con ojos atónitos: "A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras" (J. Rulfo, Pedro Páramo). ¿Cómo se acoge un secreto divino? Con el cuidado infinito con que el artista, pintor, músico, poeta, escultor, trata la belleza. Con la caricia vigilante y sutil del corazón.

La Ascensión es misterio de la vida cotidiana. Todo vive en trance de crecer, de plenitud. Hasta en el gesto más rutinario está presente el "inmortal seguro" de Fray Luis de León. Asciende quien mejora. En su trabajo, en sus relaciones con los otros, en su competencia profesional, en el trato que da a la naturaleza, en la forma como acompasa los latidos del corazón, en el gesto con que acoge, perdona, ama. Ojos, manos y pies están para ascender, para mejorar. Donde hay voluntad de mejoramiento se realiza el despliegue gozoso de la Ascensión. Ascender es el distintivo de la creación.

Para Lucas (Hech 1, 3), Jesús ascendió al cielo cuarenta días después de la resurrección. Para Juan (3, 14; 8, 28; 12, 32), Jesús subió al cielo al ser levantado en la cruz. Morir Jesús es resucitar y ascender y estar sentado a la derecha del Padre. Gustavo Doré ilustró La Divina Comedia. Una de las ilustraciones del "Paraíso" es un Crucificado, cuya enorme cruz está circundada de ángeles con esta leyenda: "Cristo, fuente suprema de la luz".

Resurrección y Ascensión son eventos pedagógicos del acontecer de Dios: triunfando de la muerte, Jesús inaugura un nuevo modo de existencia cerca de Dios y de los hombres. La Ascensión de Jesús hace vivir al cristiano ya en la realidad del mundo nuevo.

P. Hernando Uribe Carvajal, ocd


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