Dios, mi madre
l segundo domingo de mayo
celebramos la fiesta de la madre. Por mucho sabor comercial que tenga, es, sin
duda alguna, una fiesta humana y divina. En ella aparece unida la tierra con el
cielo: serenidad, gozo, admiración, alabanza, gratitud. Un haz de sentimientos
entrañables es su distintivo. Es la fiesta del regocijo limpio, transparente,
sublime. Las mismas lágrimas secretas expresan una felicidad de procedencia
divina. Se entiende que hasta los seres más desalmados expresen aquí el
sentimiento más sagrado de la creación: lo maternal, lo inefable al alcance de
los sentidos.
Juan Brahms compuso el Réquiem
Alemán a los treinta y cinco años. El quinto movimiento, que no aparece en el
plan original, fue compuesto a petición de los amigos; un gran solo de soprano
a la memoria de su madre: "Yo os consolaré como una madre consuela a su
hijo". Lejos del miedo al juicio final, es un canto de consuelo y
esperanza; página arrobadora de dulzura divina.
Teresita era una mujer
extremadamente sensible a la acción escondida de Dios en ella y en la
creación. Un día leyó a Isaías: "Como una madre acaricia a su hijo,
así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os
meceré" (66, 13.12). Palabras entrañables, de una luz cegadora:
"Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma",
escribió en la Historia de un Alma. Un día hizo esta confidencia a un amigo
que se sentía lejos de Jesús: "Se lo ruego, no se arrastre a sus pies,
siga ese primer impulso que lo lleva a sus brazos divinos".
La fiesta de la madre es ante
todo la fiesta de Dios. En el evangelio apócrifo a los Hebreos leemos:
"Ahora me tomó mi madre, el Santo Espíritu, por uno de mis cabellos y me
llevó al gran monte Tabor". Es éste el monte de la Transfiguración,
donde Jesús manifestó su condición divina: "Este es mi Hijo muy
amado..." Pura condición maternal. Como ocurre también en el evangelio,
cuando Jesús afirma que "no nos dejará huérfanos, que él nos consolará
y alentará como una madre, y nos indicará que debemos orar llamando
"papacito" a Dios.
"Y dijo Dios: Hágase la luz
y la luz se hizo". Como la luz, la creación entera nace de la palabra de
Dios, es decir, de sus entrañas divinas. Todo lo entrañable, como la palabra,
es maternal. A. Manaranche afirma con razón: "Al final de la esperanza, lo
que de hecho aparece es la imagen maternal de una unidad finalmente recobrada.
Dios es solamente padre cuando promete un amor de madre". Quizás por eso
un enfermito repetía sin cesar en el hospital: "Dios, mi madre".
La fiesta de la madre es buena
oportunidad para saber que Dios es gracia. Gracia es espontaneidad, don, regalo,
dádiva. Gracia y amor son la misma cosa. Y eso es Dios. A la gracia le caben
todos los lenguajes, basta que broten de las entrañas. Es gracia que yo piense,
que me mueva, que camine, que mire al cielo, que no me apegue, que esté vivo,
que sea feliz, que ame. La belleza y el encanto humanos son destello de la
gracia maternal de Dios en el mundo. La gracia es expresión encantadora y
entrañable de Dios, Madre de las madres.
Los creyentes llamamos a María
"Madre de misericordia". Todo el evangelio es misericordia de Dios con
los hombres. La misericordia es lo más entrañable de Dios y del hombre. A
semejanza de Dios, el hombre misericordioso tiene entrañas maternales.
En la fiesta de la madre
celebramos la misericordia entrañable de Dios. El regalo, el beso, el gesto de
admiración y gratitud a la madre es despliegue humano de la maternidad de Dios.
Buena oportunidad para tomar conciencia de lo que escribió V. White O.P.:
"Así como Cristo al subir a los cielos nos llevó hasta los brazos de
Dios, nuestra Padre eterno, puede ser que María asunta a los cielos quiera
conducirnos a un amor más profundo de Dios, nuestra Madre eterna". En la
fiesta de la madre celebramos la unión de la tierra con el cielo. La madre
terrena es sacramento de Dios, nuestra Madre Divina.
P. Hernando Uribe Carvajal,
ocd
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